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Al mismo tiempo, el lenguaje inclusivo es una herramienta clave para combatir el capacitismo y sus manifestaciones arraigadas. El capacitismo es una comprensión equivocada y sesgada de la discapacidad que conduce a la suposición de que no vale la pena vivir la vida de las personas con discapacidad. El capacitismo puede tomar muchas formas, incluido el lenguaje dañino.
En términos de lenguaje y terminología, la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad establece el estándar que todos debemos seguir. Los comentarios generales emitidos por el Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, junto con otros documentos autorizados de las Naciones Unidas, también brindan orientación para comprender mejor la Convención y su lenguaje.
Estas pautas prácticas tienen como objetivo fomentar el uso constante de un lenguaje respetuoso en las Naciones Unidas. Contienen los principios generales que deben aplicarse y están destinados a ser prácticos y fáciles de usar. El Anexo I contiene una tabla que resume tanto la terminología recomendada como los términos que se consideran inadecuados. El Anexo II consta de una lista de términos que requieren una aclaración adicional desde la perspectiva del idioma para evitar errores comunes y cumplir con los estándares terminológicos de las Naciones Unidas.
Principios generales
La “persona primero” es el enfoque más aceptado para referirse a las personas con discapacidad. También es el lenguaje de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Este enfoque consiste en hacer hincapié en la persona, y no en la discapacidad, al referirse primero a la persona o al grupo antes de hacer alusión a la discapacidad. Por ejemplo, podemos emplear expresiones como “niños con albinismo”, “estudiantes con dislexia”, “mujeres con discapacidad intelectual” y, por supuesto, “personas con discapacidad”.
Sin embargo, si bien la fórmula recomendada es “persona con”, existen algunas excepciones. Por ejemplo, para referirse a las personas con ceguera podemos decir “personas ciegas”, e igual sucede con las “personas sordas” y las “personas sordociegas”. Ahora bien, nunca diremos “los ciegos/las ciegas” o “los sordos/las sordas” sin mencionar a la persona primero.
En caso de duda, hay que preguntar a la persona o al grupo concernidos con qué término se identifican, ya que las personas con discapacidad no constituyen un grupo homogéneo y pueden autoidentificarse de manera diferente. Esas identidades deben reconocerse y respetarse siempre. Con todo, dado que esa amplia diversidad de identidades puede dificultar el uso de una terminología unificada, recomendamos aquí términos que se gozan de una amplia aceptación y utilización.
La discapacidad forma parte de la vida y la diversidad humana, por lo tanto, no debe tratarse con un tono dramático ni sensacionalista. Tampoco debemos referirnos a las personas con discapacidad como “fuentes de inspiración”, ni magnificar sus logros como hechos insólitos y extraordinarios, como si fuera inusual que las personas con discapacidad tengan éxito en la vida, se realicen como personas y vivan una vida productiva y feliz. Cuando se califica a una persona con discapacidad de “valiente” o “fuerte”, o se habla de su capacidad para “hacer frente a la adversidad”, se está empleando un lenguaje paternalista y condescendiente que no es aceptable. Las personas con discapacidad no se diferencian del resto de las personas en cuanto a sus talentos o capacidades.
Hay quienes aplican el término “superviviente” a las personas que han superado una enfermedad o se han adaptado a una discapacidad. A veces se habla, por ejemplo, de que una persona ha “sobrevivido a un ictus”. En ocasiones se recurre también a una terminología de guerra con expresiones como “librar una batalla”, “ser un luchador/una luchadora” y “vencer a la enfermedad”, como en el caso del cáncer. Aunque todo el mundo utiliza y entiende ese lenguaje, muchas personas consideran que la retórica bélica es inapropiada y la encuentran ofensiva y desplazada.
Tampoco debe presentarse a las personas con discapacidad como individuos intrínsecamente vulnerables. La vulnerabilidad es el resultado de circunstancias externas y no es innata o inherente a una persona o grupo concretos. Además, todos podemos ser vulnerables en determinadas circunstancias o en un momento dado. Algunas personas con discapacidad pueden ser más vulnerables que el resto de la población a determinados delitos, como la violencia de género, pero menos vulnerables a otros, como el robo de identidad. Cuando desaparecen las barreras o circunstancias que generan vulnerabilidad, esas personas dejan de ser vulnerables.
Del mismo modo, no hay que colgar etiquetas ni mencionar la discapacidad de una persona si no viene al caso, sobre todo en las comunicaciones internas y los correos electrónicos. En lugar de ello, debemos centrarnos en las aptitudes o en aquello que se precisa, y aludir a la discapacidad de la persona solo cuando aporte información útil o una aclaración pertinente. Si se está hablando de evaluar la calidad de documentos en braille, por ejemplo, se puede mencionar que un colega “lee braille” sin necesidad de especificar que ese colega concretamente es ciego. Su deficiencia no es pertinente, lo que importa es que esa persona tiene las aptitudes necesarias para la tarea. Hay que usar siempre un lenguaje positivo que empodere.
Dicho esto, tampoco se trata de obviar la discapacidad. Debemos tratar debidamente la cuestión de la discapacidad, siempre que sea pertinente, en nuestras conversaciones y nuestra labor. Hay que hablar de temas relacionados con la discapacidad o de personas con discapacidad de forma abierta y respetuosa, y dar prioridad a la inclusión. Durante demasiado tiempo se ha descuidado la representación y participación de las personas con discapacidad, o se las ha ignorado, desatendido y dejado atrás.
Algunas expresiones se han vuelto muy populares con el paso del tiempo como alternativas a los términos inapropiados. Sin embargo, muchas veces reflejan la idea errónea de que hay que “suavizar” la discapacidad. En realidad, no debemos utilizar expresiones como “capacidades diferentes” o “diversidad funcional”, porque son eufemismos que pueden ser considerados paternalistas e incluso ofensivos. Por ejemplo, como señalan algunos expertos, el término “diversidad funcional” se aplica a todas las personas, con o sin discapacidad, porque todos funcionamos de manera diferente y, además, resta visibilidad a la discapacidad. Los eufemismos son, de hecho, una forma de negar la realidad y evitar hablar de la discapacidad. El término “persona con discapacidad” es más neutro que “persona con capacidades diferentes”. Los diminutivos, como “cieguito/cieguita” tampoco sirven para “atenuar” la discapacidad y deben evitarse igualmente.
El adjetivo “especial”, aplicado a personas con discapacidad, es objeto de un amplio rechazo por ser ofensivo y condescendiente al estigmatizar encubiertamente todo aquello que es diferente. No debemos emplear esta palabra para describir a las personas con discapacidad, y tampoco en expresiones como “necesidades especiales” o “servicios especiales”. Recomendamos el uso de un lenguaje más neutro y positivo, siempre que sea posible, como “servicios adaptados”. La expresión “educación especial” se usa también de forma generalizada para hacer referencia a determinados programas educativos, pero tiene connotaciones negativas, ya que suele aludir a la educación segregada.
El modelo médico de la discapacidad considera que esta es la consecuencia de una enfermedad o alteración que debe “curarse” o “repararse”. Este modelo no contempla a las personas con discapacidad como titulares de derechos. Análogamente, el modelo caritativo trata la discapacidad como una “carga” o un “problema” que se deben afrontar. Este enfoque presenta a las personas con discapacidad como meros receptores de caridad y objeto de lástima, perpetuando así los estereotipos y las actitudes negativas.
Es erróneo hablar de las personas con discapacidad como “pacientes” o “enfermos” a menos que estén recibiendo atención médica y solo en ese contexto. Del mismo modo, no debe etiquetarse a las personas con discapacidad con un diagnóstico (por ejemplo, “disléxico”), ya que refleja el modelo médico de la discapacidad. En lugar de ello, debemos poner a la persona primero y decir “persona con dislexia” o “tiene dislexia”, por ejemplo.
Los verbos “sufrir”, “padecer” o “estar aquejado/aquejada” aplicados a la discapacidad son inapropiados. Sugieren impotencia y dolor constante y se basan en el supuesto de que la discapacidad implica una calidad de vida deficiente. Ese lenguaje debe evitarse. Basta con decir, simplemente, que una persona “tiene [una discapacidad]” o “es [ciega/sorda/sordociega]”.
No hay que usar el término “víctima” a menos que sea estrictamente pertinente. Es inapropiado decir que una persona es “víctima de una parálisis cerebral”, por ejemplo. Una persona no se convierte en víctima por tener parálisis cerebral. Una víctima es una persona que ha sido objeto de un delito o una vulneración de los derechos humanos. Las “víctimas” suelen ser percibidas como personas vulnerables y frágiles. Esta imagen asociada al término “víctima” debe tenerse en cuenta cuando se utilice en relación con personas con discapacidad.
En general, a las personas con discapacidad no les incomoda el lenguaje cotidiano. Podemos decir “vamos a sentarnos allí” a una persona en silla de ruedas o “¿has oído la noticia?” a una persona sorda. Pero hay otras expresiones, como “hacerse el sordo” o “no ser manco” que pueden resultar inapropiadas y que no deberíamos usar, ni siquiera en un contexto informal. Lo mismo sucede con frases hechas aparentemente banales como “dar palos de ciego” o “no bajar los brazos”, que pueden resultar ofensivas o desconsideradas, sobre todo en determinados contextos.
Las expresiones referidas a enfermedades también pueden resultar chocantes y herir los sentimientos de numerosas personas. Por lo tanto, no hay que decir “debo de tener Alzheimer” cuando se olvida algo ni “están paranoicos” cuando otras personas actúan con excesivo recelo. Y nunca utilizaremos términos relacionados con la discapacidad como un insulto o crítica.